Así es, suspiró el Coronel. La vida es la cosa mejor que se ha
inventado.
“El Coronel no tiene quien le
escriba”. Gabriel García Márquez.
El gran espectáculo de la vida
sigue desobedecido y luchador por mucho que le pese a tantos y tantas que
piensan que no es posible vivirlo sino siendo simplemente un simple espectador.
Que decidan otros por nuestros derechos que yo ya tengo suficiente con trabajar
y llegar al sábado para degustar, y eso sí lo decido yo, un “gintonic”
fresquito y soso como él mismo. A
aquellos que pasan por la vida cuales zombis, sumisos a la mano que los exprime
pero sin ningún respeto por la tierra que realmente es la que les da de comer…
esas personas andan desorientadas de un tiempo a esta parte porque si las
razones son tan poderosas y la realidad es tan criminal, las maneras se
presentan derrotistas o simplemente xenófobas o reaccionarias, dicen que cómo se
puede volver a una ideología si eran las culpables de todo lo malo. Sus conductas
son tan contradictorias con la vida que andan, decía, muy desorientadas.
Y andaban
estos días en Bogotá celebrando al Gabo, García Márquez. Leo el último artículo de Juan Carlos Monedero
que dice así: “Coincidía con el día de la Dignidad de las víctimas, el 9 de
abril, cuando asesinó la oligarquía a Gaitán, que era un pueblo, y empezó una
balacera que aún no se ha parado. En la Candelaria, enfrente del Museo de
Botero, decoraba la pared una colección de fotos que caminaba por su vida. No
faltaba Fidel Castro mirando las montañas y tampoco el ojo morado que le puso
Vargas Llosa a su entonces amigo cuando ya era un excelente escritor pero
todavía no era un patético autoritario. (Vargas Llosa por supuesto) Tampoco el
exilio en México- porque los poderosos que hoy dicen que lloran al Gabo querían
matarlo, como le pasó a Mandela, porque sentía con su pueblo-. A España dijo
que no iba a venir más porque tratábamos como a animales a lo suyos y les
pedíamos visa pese a que ellos siempre nos recibieron con los brazos abiertos.
La Real Academia de la Lengua, esa en la que se orinaba Valle Inclán, no dijo
nada y calló con ese silencio cobarde tan de los poderosos. Hoy se rasgará las
vestiduras con maneras de histrión.”
En esta sucia noche de fronteras
a La Academia de la Lengua se le llena la boca con la universalidad del
castellano, que si el realismo mágico de un idioma sin fronteras, que si el
reportero de la palabra traspasando las fronteras del idioma. García Márquez,
exiliado de su tierra, sabía muy bien de fronteras pero sabía aún más de
pueblos y de pobres. Sabía tanto de eso como ese Coronel sin nombre, de buena
fé y algo ingenuo, que esperaba y esperaba su carta de la pensión después de tantos
años de servicio con la convicción de poder dar un sustento a su familia, viendo
cómo acribillaban a su hijo por repartir octavillas y cómo día a día esa carta
no llegaba dejando al coronel y a su mujer sin más posibilidad de elección de
vida que la que le da un gallo de pelea, herencia de su hijo, con el temor de
que sea derrotado y muerto. Esa cosa
maravillosa a la que se refería este coronel y con la que empieza esta
editorial: la vida, y ese temor, y la pregunta que muchos y muchas se hacen
cada día, se la hacía su mujer a propósito de su futuro al final de esa
maravillosa novela:
- Dime, y qué comemos? A lo que el coronel responde: Mierda.
La Mirada Sucia.
Frontera.
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